La conexión entre la conducción y la emoción se plasma, y de qué manera, en los mensajes publicitarios. No hay más que ver eslóganes famosos como el de SEAT (“Autoemoción”) o Peugeot (“Motion & e-Motion”), además de campañas como la de Volkswagen, que en 2018 apelaba precisamente a lo emocionante que era todavía conducir un Volkswagen Golf, modelo icónico de la marca.
En este sentido, el marketing hace su trabajo, si bien en el día a día, cuando conducimos, debemos ser conscientes de que, por muy emocionante que sea conducir -que lo es-, las emociones han de mantenerse a raya. Tanto si estamos de buen humor como enfadados, o nos sentimos melancólicos u eufóricos, no podemos olvidar que conducir implica una gran responsabilidad.
La toma de decisiones a la hora de realizar una maniobra -adelantar, aparcar, incorporarse a la autovía- requiere prestar atención al volante: tiene que ser racional, no emocional. Como dicen los especialistas en psicología de la conducción: cuanto más inteligente sea la conducción, más seguridad habrá. Se equipara racionalidad con inteligencia, aunque la inteligencia emocional es clave, igualmente, para manejar las emociones. Como veremos.
Y es que las emociones pueden ser, a grandes rasgos, positivas, negativas o neutras, primarias (en respuesta a un estímulo) o secundarias (causadas por normas sociales y morales). Ira, miedo, felicidad, amor, sorpresa, desagrado, tristeza… poseen correlatos fisiológicos, y están relacionadas con nuestras experiencias, el contexto en el que vivimos. Estamos confeccionados de emociones.
El miedo, por ejemplo, no tiene por qué repercutir negativamente, si se trata de conducir con prudencia y responsabilidad. Por el contrario, la tristeza y la negatividad son caldo de cultivo de tensiones innecesarias. Y evitables.
Autores como Daniel Goleman realizan, en su libro “Inteligencia Emocional” (Kairos, 1997) una interesante aportación a la psicología aplicada a la conducción. Uno de los riesgos al conducir es dejarse arrastrar por las emociones negativas. Goleman antepone dos actitudes muy distintas:
Autoconocimiento y autocontrol van de la mano a la hora de gestionar nuestras emociones de manera inteligente. Entre las técnicas para controlar las emociones las hay de orden fisiológico, además de cognitivo. Pongamos como ejemplo el miedo: